En el camino hacia el liderazgo, hay una verdad incómoda que pocos se atreven a reconocer: el ego siempre está al acecho. A veces se disfraza de seguridad, otras de autoridad, pero si no lo detectamos a tiempo, puede alejarnos de la esencia más pura de liderar: servir.
En la práctica, el poder y el reconocimiento que vienen con ciertos cargos nos pueden hacer olvidar que lo que recibimos muchas veces no es por quienes somos, sino por la silla que ocupamos. La humildad es el antídoto que nos permite mantenernos centrados y recordar que los títulos son temporales, pero las personas con las que trabajamos, y el impacto que dejamos en ellas, son lo que verdaderamente perdura.
Simon Sinek cuenta una anécdota muy poderosa que lo refleja bien. Un militar, mientras ocupaba un cargo de alto rango, siempre disfrutaba de privilegios: café en una taza de cerámica servido por alguien más, transporte personal desde el aeropuerto, atenciones constantes. Pero, cuando dejó ese puesto, todo cambió: el café llegó en un vaso de duroport y nadie lo esperaba al bajar del avión.
La lección es sencilla pero profunda: esos privilegios no eran para él como individuo, sino para el cargo que ocupaba. Y, sin embargo, muchos olvidan esa diferencia. Cuando eso sucede, el ego nos lleva a creer que merecemos atenciones especiales, que somos indispensables y que nuestra opinión es incuestionable.
Un líder que entiende que el privilegio está en el puesto y no en la persona, utiliza ese tiempo en el cargo como una oportunidad para servir, inspirar y generar valor para otros, no para engrandecerse a sí mismo
Uno de los errores más comunes en liderazgo es pensar que la función principal del líder es dar órdenes. Nada más lejos de la realidad. El liderazgo efectivo es una danza: a veces se guía, a veces se sigue, pero siempre en coordinación con el equipo.
Un líder que impone sin escuchar termina aislado, generando desconfianza y desconexión. En cambio, un líder que escucha, que reconoce que no siempre tiene todas las respuestas, y que permite que otros participen activamente en las decisiones, construye un ambiente donde las personas se sienten valoradas y motivadas.
En esa “danza” del liderazgo, la comunicación es clave. No se trata solo de hablar con claridad, sino de entender el ritmo, los silencios y las señales del equipo. Liderar bien implica ajustar el paso, cambiar la estrategia si es necesario y, sobre todo, recordar que todos son parte de la coreografía.
Yo misma lo viví. En los inicios de mi carrera, comencé a recibir atención, patrocinios y regalos. Me di cuenta que la inmadurez me llevó a pensar que podía con todo, que mi valor estaba en lo que recibía. Sin saberlo, el ego me estaba empujando a un camino peligroso: el de creer que lo había logrado todo, cuando en realidad apenas estaba empezando.
Con el tiempo, entendí que el liderazgo no es un pedestal, sino una posición de servicio. Que el respeto genuino no se gana con poder, sino con coherencia, humildad y constancia. Y que incluso quienes están bajo tu dirección tienen mucho que enseñarte si estás dispuesto a escuchar. Les dejo una pequeña foto de cuando empezaba mi carrera como nadadora olímpica.
Un liderazgo basado en la humildad no significa debilidad ni inseguridad. Al contrario, requiere una fortaleza interna que pocos logran desarrollar. Algunas de las cualidades esenciales de un líder humilde son:
Escucha activa: No solo oír, sino entender lo que otros dicen. Implica prestar atención total, sin interrumpir ni juzgar antes de tiempo.
Autoconocimiento: Reconocer tus fortalezas para potenciarlas y tus debilidades para trabajarlas. Un líder que se conoce a sí mismo es más estable emocionalmente.
Apertura a aprender: Aceptar que no lo sabes todo y que cada experiencia, incluso los errores, son oportunidades de crecimiento.
Reconocimiento al equipo: Compartir los logros y dar crédito a las personas que hicieron posible cada avance.
Herramientas para cultivar tu liderazgo
a humildad no es algo que se alcanza una vez y se mantiene sola; es una práctica diaria. Aquí algunas herramientas que pueden ayudarte a mantener el ego a raya:
Agradece cada día: Reconoce lo bueno que pasó y a las personas que contribuyeron a ello. La gratitud es el mejor antídoto contra el orgullo excesivo.
Celebra logros propios y ajenos: Reconocer lo que otros hacen fortalece la confianza y el sentido de equipo.
Pide retroalimentación genuina: No como un simple formalismo, sino con la disposición real de escuchar y mejorar.
Practica la escucha activa: Escuchar para entender, no para responder rápido o imponer tu opinión
📢 🌿 Porque al final, lo más importante no es cuántas veces te sirvieron el café… sino a cuántas personas les diste tú la oportunidad de crecer, para ver el episodio completo te dejo el link de mi canal de Youtube: