Hay caminos que no se recorren con los pies, sino con el alma. La maternidad es uno de ellos.
Cuando me convertí en mamá, entendí cosas que antes me parecían imposibles de comprender. Entendí a mi propia madre. Entendí sus silencios, sus decisiones, sus gritos, sus sacrificios y hasta sus errores. Todo tomó una nueva forma. Una más humana. Una más amorosa.
Soy Gisela Morales, nadadora olímpica, empresaria y mamá. En mi más reciente episodio de podcast compartí desde el corazón lo que significa ser una mamá perfectamente imperfecta. Y hoy quiero llevarte más allá de esa charla, a un espacio donde podamos sanar, crecer y conectar con lo más valioso que tenemos: nuestros hijos y nuestra historia.
Este blog es una carta abierta. Una reflexión de mamá a mamá. De mujer a mujer. De hija a hija. Porque para avanzar en nuestro presente, muchas veces hay que volver atrás… y sanar.
Mi mamá fue mi motor. Fuerte, decidida, alfa. Nos peleábamos, mucho. Pero hoy entiendo que muchas de sus decisiones eran necesarias, aunque en su momento no lo parecieran. Hoy la miro con otros ojos, no desde la niña que fui, sino desde la madre en la que me he convertido.
Y aquí viene una gran verdad: no puedes alcanzar tu máximo potencial si no sanas tu historia con mamá. Muchas de nuestras creencias, miedos y patrones vienen de esa relación. No se trata de culpar, sino de entender, perdonar y avanzar.
Sanar con mamá es abrir la puerta al éxito, no solo como profesional o emprendedora, sino como mujer completa, consciente, en paz.
Mi mamá era una fuerza. No delicada, no suave, pero sí firme. Ella no se describía a sí misma como femenina, pero ahí estaba llevándome a hacerme las uñas, a un facial, al spa… cosas que quizá ella no necesitaba, pero entendía que para mí sí eran importantes. Ella era de esas mujeres que hacen que las cosas sucedan. Alfa, resuelta, directa. Nos peleábamos, sí. Bastante. Pero nunca dudé de su amor, ni de su intención de formarme como mujer fuerte, decidida y capaz de alcanzar lo que me propusiera.
No fue hasta que yo misma me convertí en madre que comprendí su manera de amar. Un amor imperfecto, como el mío. Como el tuyo. Como el de todas.
Y en ese momento, comenzó un proceso de transformación en mí. Porque cuando una mujer se convierte en madre, también nace una nueva versión de ella misma.
No se trata de ser la mamá que lo hace todo perfecto. Se trata de ser la mamá que se pregunta, que se detiene, que escucha y se escucha. Me he hecho preguntas duras como:
¿Estoy realmente conectando con mis hijos?
¿Qué van a recordar ellos de mí cuando yo ya no esté?
¿Estoy dándoles el amor que necesitan o el amor que yo creo que deben recibir?
Estas preguntas no me hacen débil. Me hacen humana. Me hacen mamá.
Y la pregunta más fuerte de todas:
¿Qué van a recordar mis hijos de mí cuando ya no esté?
Durante mucho tiempo pensé que estar con mis hijos era suficiente. Pero estar físicamente no es lo mismo que estar emocionalmente disponibles.
Por eso, una de las cosas más potentes que implementé fue algo simple pero transformador: una cita al mes con cada uno de mis hijos.
No es un premio, no es un plan de lujo. Es un momento sagrado. Un espacio donde conversamos, donde me intereso por lo que sienten, donde les pregunto si son felices, qué piensan, qué sueñan, qué temen.
Esos momentos me recuerdan que ser mamá es más que alimentar, vestir y cuidar. Es mirar, escuchar, validar, conocer.
Si no conectamos con nuestros hijos, alguien más lo hará. Y ese alguien podría no tener las mismas intenciones que tú.
No existe la mamá perfecta. No la busques. No la envidies. No intentes convertirte en ella. Lo que sí existe es la mamá consciente, la que se hace preguntas, la que se detiene, la que está dispuesta a cambiar, a crecer, a ser mejor para ella y para sus hijos.
Te invito a hacerte estas preguntas conmigo:
¿Qué batallas sí estoy dispuesta a pelear?
¿Cuáles ya no me pertenecen?
¿Estoy dando el amor que quiero dar o el que mi hijo necesita recibir?
¿Estoy construyendo un legado de amor o repitiendo historias no resueltas?
Soy nadadora olímpica. Sé lo que es competir, perder, ganar. Pero el verdadero reto comenzó cuando me convertí en mamá. Porque el éxito no es solo llegar a una meta. El éxito es ser recordada por el amor que diste, por el tiempo que ofreciste, por el corazón que abriste.
No estás sola. No somos perfectas. Pero somos poderosas cuando decidimos sanar, conectar y vivir con intención.
📢 ❤️ Y recuerda: el amor que das hoy será el recuerdo que tus hijos llevarán toda su vida
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